Puedes buscarle entre los miles de personajes que se acumulan por las
trincheras, que se refugian donde pueden, entre los jinetes, los
artilleros, pero no encontrarás a ese Joe Sacco que denunciaba la cruda realidad de un pueblo sometido a la barbarie de una guerra en Gorazde o en Palestina. El dibujante y periodista ha cambiado conflicto contemporáneo por el pasado: la Primera Guerra Mundial. Ha viajado en el tiempo y en su trayecto ha desaparecido del relato.
No
es lo único que ha variado en sus fórmulas habituales. En la nota
preliminar del libro reconoce que la Primera Guerra Mundial le interesa desde niño,
cuando vivía en Australia y celebraban en el colegio, el 25 de abril,
el aniversario de la batalla de Gallipoli, en la que Australia, Nueva
Zelanda y británicos lucharon contra el imperio otomano. Era, como
vemos, un asunto pendiente, porque dice que le “nubla
la visión acerca de la humanidad”. Barbarie contra humanidad, el motivo
de todos sus libros hasta el momento.
La idea de recrear la Gran Guerra viene de atrás, cuando vivía en Nueva York, en los noventa, durante una cena con un joven editor llamado Matt Weiland, con quien Sacco compartía la fascinación por esta guerra. Quince años después, Weiland llegó a la editorial WW Norton & Company y una de las primeras llamadas que hizo fue a su amigo para preguntarle si estaba listo para entrar en guerra. Lo estaba.
En silencio y en pausa
Pero hablábamos de rupturas: además del final de la voz autobiográfica, Gran Guerra es una narración sin palabras. Hechos y acontecimientos dibujados. Acción en narración centrífuga
a partir de 24 grandes escenas panorámicas y desplegables, abarrotadas
por el tumulto, el ruido y la muerte. El autor obliga a una lectura
minuciosa que sigue el detalle, el estudio psicológico de cada uno de
los miles de personajes que entran en escena.
Ha elegido el día más sangriento de la Primera Guerra Mundial, ha congelado la escena del uno de julio de 1916
y ha recreado un instante en la batalla del Somme, donde hubo más de un
millón de bajas entre ambos bandos cuando las fuerzas británicas y
francesas trataron de romper las líneas alemanas a lo largo de un frente
de 40 kilómetros, en el norte de Francia. No hay protagonistas, la
atención es para la guerra. Nadie habla, pero todo es murmullo y jaleo. Nervios, miedo. Es una masa retratada al extremo en blanco y negro.
En EEUU acaba de publicarse y aquí lo hará en Literatura Random House, en febrero. “Es una visión documentalista muy interior, con un nivel técnico insuperable”, explica Mónica Carmona sobre el libro. Además del giro notable al abandonar el reporterismo y la palabra, prueba con un dibujo expansivo que obliga al libro a desplegarse como un acordeón, para dar cobijo a grandes escenas panorámicas que remiten directamente a las grandes visiones de batalla medievales.
Épica y plástica medieval
Sacco se refiere al tapiz de Bayeux
como referencia principal, un gran lienzo bordado en el siglo XI, de
casi 70 metros de largo, que relata mediante la sucesión de imágenes los
hechos previos a la conquista normanda de Inglaterra. “Lo que quería
retratar era un ejército muy grande con un objetivo: seguir adelante y morir juntos”, dice.
Además de la épica y la plástica medieval, el autor de Gorazde: zona protegida ha elegido un ambiente claustrofóbico y asfixiante para el libro que recuerda vivamente al trabajo de los hermanos Chapman, a las estampas de los desastres de la guerra de Goya, a El Bosco, como una película muda a cámara lenta.
Hay
tristeza, hay rabia, hay caballos, letrinas, artillería pesada, ruinas,
alambre de espino, explosiones, mochilas y granadas de mano, zanjas,
camillas y tumbas, hay un oficial que vomita en un extremo, un soldado
que se retuerce de dolor sobre una camilla, alegres soldados que llegan
con el reemplazo, otros que preparan el rancho, una multitudinaria fila
de cascos sobre las interminables trincheras…
Una experiencia íntima
Documentación, documentación y documentación. Sacco estuvo ocho meses para rematar los primeros bocetos a lápiz, pero antes había pasado una semana encerrado en los archivos fotográficos del Imperial War Museum
de Londres, copiando el equipamiento, los uniformes; consultó a
historiadores, los manuales de servicio de campo, para recrear fielmente
los acontecimientos. Dice el autor que piensa en la Primera Guerra
Mundial como una línea que dividió nuestra era del pasado.
El método y el proceso también se han visto alterados. Dice que ha trabajado en su escritorio, en zapatillas, sin botas con barro. Ha dormido en su propia cama, algo que le agrada tanto que parece que al dibujante de 53 años le va a costar volver a los antiguos hábitos, porque después de finalizar un nuevo libro (sobre los entierros masivos de Srebenica) no cree que vaya a regresar al reportaje. Quiere entrar en la psicología del acontecimiento y parece que el periodismo no se lo permite.
“Cuando dibujas, experimentas las cosas a un nivel mucho más profundo, debido a la manera de habitar la escena. Cuando dibujas habitas cada persona.
Tienes que dotar de individualidad a cada figura, sin importar lo
pequeños que sean. Les estoy mandando a la guerra y de alguna manera les
estoy asesinando. Dibujar una guerra es una experiencia muy íntima”,
explica Sacco en el prólogo. Tan íntima que el espacio cambia, el
tiempo se altera y unos pocos centímetros de dibujo representan cientos
de metros reales. En esos centímetros el horror se destila en leves
golpes casi camuflados. Lo peor: el lector se convierte en un buscón
morboso. ¿O ya lo era?
F:http://www.elconfidencial.com/cultura/2013-11-05/joe-sacco-cubre-la-primera-guerra-mundial_50234/
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