La noticia es cíclica y se repite cada pocos meses: un libro de Tintín (casi siempre, Tintín en el Congo) ha sido prohibido en algún lugar del mundo entre acusaciones de racismo. Esta semana ha sido el turno de Canadá, aunque con una ligera novedad: el título de la polémica es Tintín en América, el segundo álbum oficial (tercero si se incluye Tintín en el país de los soviets, del que Hergé renegó como un “pecado de juventud”).
El pasado miércoles, la prensa del país norteamericano informaba
de que la cadena de librerías Chapters había dejado de vender el cómic
en el que el famoso reportero lucha contra las mafias de Chicago en los
años 20. ¿La razón? Las quejas recibidas por la representación que se
hace en el libro de los indios nativos americanos, que responden a todos los estereotipos del lenguaje en infinitivos y el arrancamiento de cabelleras.
Poco
ha durado el asunto esta vez, ya que tras el revuelo mediático, la
cadena anunció que el libro “no violaba sus políticas” antes de
devolverlo a las estanterías. Y, aunque no se mencionaba en la
declaración oficial, es posible que alguien tuviera la lucidez de
señalar que en Tintín en América encontramos una nada disimulada crítica a la manera en la que el voraz capitalismo estadounidense expulsa de sus tierras a las tribus nativas.
Hasta aquí, nada nuevo respecto a lo que tantas veces se ha dicho: que las primerísimas aventuras de Tintín están repletas de tópicos colonialistas
y eurocéntricos, e impregnadas de paternalismo hacia el resto de razas.
Básicamente, la mentalidad que regía en la sociedad belga de principios
del siglo XX en la que se movía un joven de veintipocos años llamado Georges Remi, que invirtió el orden de sus iniciales para adoptar el seudónimo de Hergé.
Afortunadamente,
el dibujante tardó poco en darse cuenta de que, para ambientar sus
historias en otras latitudes, necesitaba documentarse más allá de los
clichés. Ya en el cuarto álbum -El loto azul- pintaba un retrato
minucioso de la complicada situación política entre China y Japón
mientras Tintín y su amigo Tchang se reían juntos repasando los tópicos
occidentales sobre el lejano Oriente. Más adelante vendrían una veintena
de historias guiadas por los valores del humanismo, la tolerancia, la defensa del débil y en contra de cualquier totalitarismo.
Pese a ello, a día de hoy, la figura de Hergé no ha conseguido librarse del todo de la pegajosa etiqueta que le señala como simpatizante del fascismo. Los elementos para la sospecha son conocidos. El dibujante entró muy joven en Le XXème Siècle, un periódico ultraconservador, nacionalista y católico bajo el influjo del abad Wallez, quien 'orientó' sus primeros trabajos. Allí hizo amistad con otro chico, Léon Degrelle, que con el paso de los años sería un conocido líder fascista y protegido de Hitler, y que fue quien consiguió a Hergé sus primeros cómics.
Algunos años después, Degrelle fundaría el Partido Rexista,
de claro corte totalitario, si bien Hergé rechazó la invitación para
unirse a la formación e ilustrar sus carteles. Aun así, Degrelle no
quiso dejar pasar la oportunidad propagandística, proclamando en público
“¡Tintín soy yo!”, ya que afirmaba que Hergé se había inspirado en él
para la creación del personaje.
“'El cetro de Ottokar' es un 'Anschluss' fallido”
Todo
esto es bien sabido, y sin embargo, se ha puesto mucho menos el foco
sobre el hecho de que, en la convulsa situación europea de la segunda
mitad de los años 30, Hergé realizó un contundente e inequívoco alegato en contra de la expansión nazi. Este manifiesto, que a día de hoy puede encontrarse en cualquier librería infantil, no es otro que El cetro de Ottokar, la séptima aventura de Tintín y una de las más valoradas por los aficionados.
Situémonos:
- Marzo de 1938: la desestabilización orquestada por los nazis fuerza la dimisión del canciller austríaco Schuschnigg.
Esa misma noche, las tropas alemanas entran en el país y cinco días
después, Hitler proclama el 'Anschulss' (anexión) de Austria.
- Agosto de 1938: Aparece en la prensa el primer episodio de una nueva historia de Tintín, que entonces se llamaba Tintín en Syldavia (posteriormente, El cetro de Ottokar).
- Septiembre de 1938: Francia y Gran Bretaña firman los acuerdos de Múnich que autorizan la anexión de los Sudetes por parte de Alemania.
En
los meses sucesivos, mientras el expansionismo de Hitler funcionaba a
toda potencia ante el desconcierto de los países occidentales, Hergé
publicaba regularmente nuevos episodios de la historia de Syldavia, un pequeño país centroeuropeo que sufría el acoso de la vecina Borduria.
En
la historia, Tintín descubre una conspiración para destronar al rey
sildavo (Muskar XII, sucesor de la dinastía de Ottokar) y facilitar así
la invasión del país por parte de Borduria. Años después, Hergé
confirmaría lo obvio en una entrevista: “Estaba hablando de Alemania. El cetro de Ottokar es la historia de un Anschluss fallido”.
Si
el lector se aproxima a la obra con la mirada atenta, descubrirá
infinidad de detalles escogidos cuidadosamente por Hergé para establecer
paralelismos con la creciente tensión política que se desarrollaba en
esos momentos en el Viejo Continente.
Para empezar, Syldavia no es
el reflejo ficticio de un país concreto sino la mezcla de varios. Por
un lado, el dibujante se decantó por las terminaciones en -ow (la
capital de Syldavia es Klow, el castillo del rey es Koplow) para imitar
la sonoridad de las ciudades de Polonia. Pero también hay ecos de Albania (invadida por Mussolini)
en los minaretes del paisaje y la bandera del país, cuyo pelícano negro
está inspirado en el águila negra albanesa. Además, la facción que
intenta derrocar al rey en el cómic es la Guardia de Acero, evidente
referencia a la Guardia de Hierro, el movimiento fascista de Rumanía.
Y si las víctimas estaban claramente señaladas, más aún lo estaban los verdugos. En el libro, el líder de los conspiradores es Müstler, una poco disimulada combinación de Mussolini y Hitler, cuyos partidarios se saludan y despiden a la voz de Amaih!, que recuerda sin disimulo al Heil! de los nazis.
Hergé llegó incluso a 'tomar partido' personalmente, ya que se dibujó a sí mismo acompañado de su esposa, su hermano y su asistente entre los partidarios del rey Muskar XII.
Hergé anticipó la Operación Himmler
En
la parte final de la aventura, Tintín consigue hacerse con documentos
secretos de los conspiradores bordurios en los que se detalla su plan
para la conquista del poder en Syldavia: “La víspera de San Wladimiro, los agentes provocadores de las secciones de propaganda fomentarán los incidentes
y actuarán de forma que los habitantes de nacionalidad borduria sean
objeto de malos tratos. Al día siguiente, las secciones de choque
ocuparán la emisora de Radio Klow...”.
Esta
operación de 'bandera falsa' fue precisamente el sistema utilizado por
los nazis para justificar la invasión de Polonia, apenas un mes después
de que terminase la publicación de El cetro de Ottokar en la prensa belga. Fue la llamada Operación Himmler o Provocación de Gleiwitz,
un ataque de tropas alemanas con uniforme polaco a la emisora de radio
fronteriza alemana de esa localidad, para luego difundir un mensaje en
el que se animaba a la minoría polaca de Silesia a tomar las armas
contra Hitler.
En cualquier caso, en agosto de 1939 Tintín había
salvado Syldavia, pero en la realidad no pudo evitar la invasión de
Polonia ni la de su propia patria, Bélgica, ocupada en mayo de 1940 por
las tropas nazis.
La acusación de colaboracionismo
Una vez consumada la invasión de Bélgica el rey belga Leopoldo III
realizó un llamamiento pidiendo a todos los ciudadanos que volvieran a
sus casas y trabajaran por el bien de la nación. Hergé, un hombre
profundamente patriota y monárquico, respondió a la llamada volviendo a
Bruselas (se encontraba en Francia en ese momento) y buscando un empleo,
que encontró en el diario Le Soir.
La historia dejaría en
mal lugar al rey Leopoldo y a Hergé, que habrían quedado limpios
exiliándose a Londres con el Gobierno del país. Muy pronto Leopoldo fue
obligado a abdicar en su hijo Balduino y Hergé se encontró trabajando en un diario colaboracionista,
controlado por los nazis y puesto al servicio de su propaganda.
¿Ingenuidad, cobardía, sentido práctico...? En cualquier caso, el
dibujante decidió que Tintín seguiría en Bélgica intentando entretener a
sus compatriotas en aquellos años negros y se dedicó a realizar
historias de corte más fantástico que no resultaran polémicas, como La estrella misteriosa o El secreto del unicornio. Años después, el propio Hergé reconocería en una entrevista: “Mi ingenuidad en aquella época rozaba la necedad, podemos decir que incluso la estupidez”.
Tras la victoria aliada, Hergé fue arrestado cuatro veces acusado de simpatizar con el nazismo por trabajar en Le Soir y
de contribuir con sus viñetas a la difusión de una herramienta de
propaganda. El dibujante pasó dos años apartado del trabajo en prensa y
sólo pudo rehabilitarse profesional y personalmente gracias al héroe de
la resistencia belga Raymond Leblanc, un editor admirador de Tintín que le proporcionó apoyo económico y le consiguió su “credencial de civismo”.
Leblanc
proclamó que las aventuras del joven reportero habían subido la moral
de los belgas durante la ocupación y como argumento incontestable
esgrimió la historia de El cetro de Ottokar: el día que Tintín venció a Hitler.
Autor: Álvaro Rigal
Vía: El confidencial,
F:http://www.elconfidencial.com/cultura/2015-03-21/herge-no-queria-invadir-polonia_731261/
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